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Antes de Susana nadie me había visto llorar con tanta vehemencia, como si a través de miles de diminutas lágrimas, mi apaleado espíritu hablara. Después de esa primera vez, fue más fácil hacerlo hasta con extraños. La última vez que lloré sostenida por su hombro huesudo fue por una estupidez técnica de la convivencia humana: me sentía incomprendida. ...y ella me explicaba que yo no podía hacer nada respecto a cómo me asimila la gente, sólo tomar y soltar, tomar y soltar ... *soltar*